LA VID(A) SE ABRE CAMINO

Queridos lectores,
La primavera ya se siente más que nunca en Bodegas Zapata. El paisaje cambia, el aire se transforma y, en nuestros viñedos, comienza a suceder algo que, aunque ocurre cada año, nunca deja de emocionarnos: los primeros brotes asoman entre los sarmientos.
Pequeños. Frágiles. Casi invisibles.
Pero llenos de vida, fuerza y promesas.
UNA CARRERA SILENCIOSA, PERO IMPARABLE
Tras meses de descanso invernal, las vides despiertan. El aumento de las temperaturas y la humedad del suelo actúan como un susurro que las llama: es hora de volver a la vida. Absorben minerales, memoria, historia.
Es el inicio de lo que en la bodega llamamos el sprint vegetal, una fase vertiginosa en la que la planta crece a un ritmo asombroso: ¡hasta cinco centímetros al día!
Como si supiera que el tiempo apremia. Como si, al igual que el conejo de Alicia en el País de las Maravillas, la naturaleza corriera diciendo: «Válgame mis orejas y bigotes, ¡qué tarde se me está haciendo!».
Ver cómo la vid revive cada primavera es un recordatorio poderoso.
Como decía el Dr. Ian Malcolm en Jurassic Park:
«La vida se abre camino».
Así es. A pesar del frío. A pesar de los vientos que golpean el campo. Los brotes emergen. Y, con ellos, la esperanza de una nueva añada.
ENTRE BELLEZA Y RIESGO
Esta etapa, tan hermosa, también es delicada. El mayor enemigo ahora es la helada tardía. Una sola noche de frío extremo puede truncar lo que la vid apenas comienza a construir.
Por eso, vivimos atentos. Miramos el cielo. Consultamos cada parte meteorológico.
Y, por qué no decirlo… cruzamos los dedos.
UN BRINDIS POR LO QUE ESTÁ POR VENIR
La primavera en el viñedo es emoción en estado puro. Es la antesala de lo que vendrá: los racimos, la vendimia y lo mejor de todo: nuestro vino. Pero también es tiempo de conexión —con la tierra, con los ritmos naturales, con la paciencia y el trabajo silencioso que todo lo sostiene.
En Bodegas Zapata, celebramos cada brote como si fuera el primero. Porque cada uno es el inicio de una historia aún por contar, de una copa aún por llenar.
Y, sobre todo, porque es la dulce promesa de ese instante tan esperado… en el que volvemos a bebernos la vida a grandes tragos.